viernes, 31 de julio de 2009

Pequeñas dudas: ¿cuándo aun lleva tilde?

Esta sutileza gramatical me ha confundido varias veces y me sigue confundiendo hasta el día de hoy (por eso escribo esta entrada). En mis épocas más ingenuas (no es que no lo siga siendo), creía que aún siempre se escribía con tilde. Cuando descubría algún aun perdido, escrito sin tilde, consideraba que se debía a un error de imprenta o un error ortográfico. El uso de aún es mucho más frecuente que el de aun en el idioma español contemporáneo. Esto no significa que la forma aun haya desaparecido y es más que correcto utilizarla cuando se debe.

Veamos que nos dice la Real Academia Española:

aun.

ORTOGR. Escr. con acento cuando pueda sustituirse por todavía. Aún ('todavía') está enfermo. En los demás casos, se escribirá sin tilde. Te daré 100 duros, y aun ('hasta') 200, si los necesitas. No tengo yo tanto, ni aun ('ni siquiera') la mitad.

Parece sencillo. Aún lleva tilde cuando es sustituible por todavía y aun no lleva tilde cuando es sustituible por hasta, inclusive, incluso, (ni) siquiera, también. Pero la regla se complica cuando se quiere usar aun como una locución conjuntiva. Por ejemplo: aun cuando. En este caso, la regla anterior no es tan clara. En este interesante artículo de la Hispanoteca establecen como regla que aun no lleva tilde tanto en la locución conjuntiva aun cuando, como si va seguida de un adverbio o de un gerundio. En la página se dan varios ejemplos interesantes.

También es muy interesante esta entrada del Centro Virtual Cervantes, que explica que la forma aun es un monosílabo y en cambio aún (con acento) se trata de un bisílabo, que lleva tilde para marcar el hiato y por ser una palabra aguda que termina en -n.

De todas formas, a pesar de estas cómodas reglas prácticas para el bolsillo de la dama o el caballero, el dilema sobre escribir aun con acento gráfico o sin él sigue estando. Basta con consultar los variados foros de gramática para darse cuenta de que esta duda sigue aquejando a muchos seres mortales. Quizás éste sea un nuevo argumento a favor del polémico discurso del premio Nóbel de Literatura Gabriel García Márquez, Botella al mar para el dios de las palabras, donde sin pelos en la lengua dice:

¿Cuántas veces no hemos probado nosotros mismos un café que sabe a ventana, un pan que sabe a rincón, una cerveza que sabe a beso? Son pruebas al canto de la inteligencia de una lengua que desde hace tiempo no cabe en su pellejo. Pero nuestra contribución no debería ser la de meterla en cintura, sino al contrario, liberarla de sus fierros normativos para que entre en el siglo venturo como Pedro por su casa. En ese sentido me atrevería a sugerir ante esta sabia audiencia que simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros. Humanicemos sus leyes, aprendamos de las lenguas indígenas a las que tanto debemos lo mucho que tienen todavía para enseñarnos y enriquecernos, asimilemos pronto y bien los neologismos técnicos y científicos antes de que se nos infiltren sin digerir, negociemos de buen corazón con los gerundios bárbaros, los qués endémicos, el dequeísmo parasitario, y devuélvamos al subjuntivo presente el esplendor de sus esdrújulas: váyamos en vez de vayamos, cántemos en vez de cantemos, o el armonioso muéramos en vez del siniestro muramos. Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revólver con revolver. ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?

Para terminar con la entrada (que ya se ha extendido más de lo que debía), quiero aclarar que estoy parcialmente de acuerdo con García Márquez. Los errores ortográficos y gramaticales pueden quedar maravillosos en un escrito de un premio Nobel de Literatura, que sabe cuándo cometerlos para transmitir una sensación diferente. Sin embargo, las reglas deben romperse sólo cuando se conocen con intimidad y los errores cometidos sin conciencia no son licencias poéticas, sino errores a secas.

1 comentarios:

Lucas dijo...

Tremendo post, Adrián... ¡Felicitaciones!

Siempre me gusta leer críticas a la simplificación del lenguaje: después de todo, si lo simplificásemos... este blog carecería de sentido.